Normalmente se dice que uno viaja para conocer pero yo creo que uno viaja para conocerse. Caminando a las orillas del río Sena en París uno comienza a mezclarse con otra dimensión, la mezcla resulta bastante interesante pues mientras se admira el río, sus puentes y su arquitectura una comienza a adentrarse en sí misma, y por ende, en la Humanidad. Es imposible no admirar París sin admirar la Humanidad, sus ideas, sus proyectos y su Historia.
No es para nada casualidad que en cada esquina de París uno pueda encontrar cafés. ¿Qué puede hacer alguien después de haber recorrido tremendas calles y visto tremendos edificios en aquella ciudad museo? Nada más que ir por un café o una copa de vino y sentarse en una esquina a seguir admirando. Las ideas de la Ilustración no se gestaron en París por mera casualidad, ¡para nada! fueron producto de aquella ciudad, de su gente, y sin duda, de sus cafés.
Un rico chocolate en el café de Flore.
Visité muchos lugares en París pero sin duda el café de Flore marcó de una manera singular mi viaje. Parece ser que mi instinto literario supo antes que yo sobre mi viaje a París. Inicié el año leyendo a Montaigne, y fue aproximadamente en marzo cuando me atreví por primera vez a leer más sobre Simone de Beauvoir. Quizás si tuviese que ponerle título al 2017 sería: “el año Simone de Beauvoir” porque comencé el año descubriendo sus ideas en la pequeña biblioteca de mi ciudad, y para mediados del año, en agosto para ser precisos, ya me encontraba en París tomándome un té de jazmin ni más ni menos que en el café de Flore, el mismo café a donde acudía Simone de Beauvoir con la pareja de su vida el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, ¿dónde terminaré el año? Sólo Dios sabe, pero algo me dice que tendrá que ver con Simone.
El café fue fundado en la época de la tercera república francesa, por allá de 1887. Desde siempre se ha conocido por ser un café de intelectuales. Durante la primera guerra acudían personajes como Guillame Apollinaire, André Bretón, Picasso y otros surrealistas y dadaístas. Pero no fue hasta 1939, inicios de la Segunda Guerra Mundial, que el café de Flore alojó durante muchas tardes a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir quienes tenían mesa fija en el lugar y atrajeron allí a gran parte del movimiento existencialista de su época. Al respecto Sartre escribió “Durante cuatro años, los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad", caminos que llevaron a Simone a desarollar la gran obra El segundo sexo.
Después de la guerra, el café continuó atrayendo a intelectuales de todas partes del mundo, por ejemplo: Ernest Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell, y también de renombrados miembros del Partido Comunista Francés (PCF), como Louis Aragon y Marguerite Duras.
Hoy en día el café de Flore conserva esa aura de intelectualidad y modernidad artística combinado con rasgos característicos de la burguesía parisina actual. El barrio lleva por nombre Saint-Germain-des-prés y es un barrio de clase alta. Sentados en una pequeña mesita a las afueras de Flore podemos ver frente a nosotros una tienda Cartier y a nuestro lado izquierdo justamente cruzando la calle la tienda Louis Vuitton. Coches de marcas lujosas pasan a toda velocidad frente a nosotros en aquella avenida que hoy derrocha más dinero que intelectualidad.
El café fue fundado en la época de la tercera república francesa, por allá de 1887. Desde siempre se ha conocido por ser un café de intelectuales. Durante la primera guerra acudían personajes como Guillame Apollinaire, André Bretón, Picasso y otros surrealistas y dadaístas. Pero no fue hasta 1939, inicios de la Segunda Guerra Mundial, que el café de Flore alojó durante muchas tardes a Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir quienes tenían mesa fija en el lugar y atrajeron allí a gran parte del movimiento existencialista de su época. Al respecto Sartre escribió “Durante cuatro años, los caminos del Flore fueron para mí los caminos de la libertad", caminos que llevaron a Simone a desarollar la gran obra El segundo sexo.
Después de la guerra, el café continuó atrayendo a intelectuales de todas partes del mundo, por ejemplo: Ernest Hemingway, Truman Capote y Lawrence Durrell, y también de renombrados miembros del Partido Comunista Francés (PCF), como Louis Aragon y Marguerite Duras.
Hoy en día el café de Flore conserva esa aura de intelectualidad y modernidad artística combinado con rasgos característicos de la burguesía parisina actual. El barrio lleva por nombre Saint-Germain-des-prés y es un barrio de clase alta. Sentados en una pequeña mesita a las afueras de Flore podemos ver frente a nosotros una tienda Cartier y a nuestro lado izquierdo justamente cruzando la calle la tienda Louis Vuitton. Coches de marcas lujosas pasan a toda velocidad frente a nosotros en aquella avenida que hoy derrocha más dinero que intelectualidad.
Fotografía de Lieven Verbruege: la esquina del café de Flore vista desde al avenida.