Acá, en los Estados Unidos de América, aún las calles no se visten en su totalidad del color violeta como muchos quisiéramos y a pesar de los moretones que este color deja en el cuerpo y en el alma.
Terminándose ya este octubre, conocido como el Mes de la Violencia Doméstica, pues vi galas, cenas, banquetes de recaudación de fondos y demás fiestas para hacernos sentir que Juntos somos más Fuertes.
Me sincero con ustedes amigos lectores. Esta frase la tuve que poner muy “políticamente correcta” porque siempre he traducido “juntas” y no “juntos” . He estado asociando el tema a una problemática a la nos enfrentamos muchas mujeres. No puedo evitarlo, porque a pesar que este tipo de violencia es familiar, o también dirigida a los hombres, infortunadamente, los casos no se emparejan ni tantito. Las mujeres seguimos sufriendo de un mal que corroe a la humanidad y que empieza con maltrato emocional y psicológico.
Los maltratadores (la mayoría del sexo masculino) ni cuenta se dan porque no lo ven como tal. Tampoco las mujeres.
Y todo empieza con un sentimiento que considero mezquino: el querer controlar a la otra persona. A tus papás, a tus amigos, a tu pareja, a tus hijos. Resumiendo historias y leyendo un par de libros que se me atravesaron en el camino, encontré que el querer CONTROLAR no obedece más que al tener miedo a la pérdida, aunque después del sufrimiento, de las angustias, de los moretones, de los homicidios, de los suicidios, perdamos TODO, o al menos lo que más queríamos poseer.
Por eso nos quedamos sin esposos, sin hijos, sin amigos.
Este tipo de violencia puede empezar a cualquier edad y se mueve “campantemente” en todos los niveles de educación. Así podemos ver estos golpes emocionales y físicos en mujeres que apenas tienen la mínima formación académica y de ingresos económicos rayando en la pobreza, como en aquellas quienes ostentan puestos claves de liderazgo en las comunidades, y que tienen miles de dólares en el banco .
He mencionado en un par de ocasiones que conozco a una jueza de una corte que metía a la cárcel a los más peligrosos criminales, pero cuando llegaba a su casa, pues le iba como coloquialemente decimos, “en feria”. Su marido empezó a controlarle desde la manera en que se peinaba, hasta llegar a casi matarla a golpes después de varios años de convivencia.
Esta violencia se inicia sutilmente con frases como “te digo que no te pongas esa falda, de ese color, por tu bien. No te queda, no te va” o “ya sé que te gusta la nieve de piña, pero te traje la de arándano porque la de piña te hace mal por tu diabetes”. Luego va escalando la cosa: “Y te he dicho que no me gusta que te expreses así y que tengas ese tipo de opiniones sobre esta persona a la que estimo tanto” aunque a fin de cuentas es tu opinión y pues tu cónyuge debería aceptarla.
Después, y puede ser a corto plazo, esas que dicen: “te di una bofetada porque me está molestando que no entiendas con palabras” y para no sentirse tan mal, pues en la noche te trae flores “de las que te gustan mi amor”. A veces estos hechos tardan en presentarse y eso es lo peligroso porque la víctima se va acostumbrando poquito a poco a este tipo de control, que cree que ya es normal y por llevar la fiesta en paz, pues así le seguimos.
Me llamó las atención ver que la asociación no lucrativa especializada en asistir a sobrevivientes de la violencia doméstica Sara’s Inn, fuera aupiciada por la Community Mental Health de la alcaldía de Oak Park Illinois. Sí que es entonces un problema mental, digámoslo de esta manera.
Y aquí viene lo peliagudo de la cosa: el que no queramos aceptar que tenemos qué tener ayuda profesional. Y esto se da en cualquier cultura y en cualquier ciudad del mundo. He visto documentales en los que miembros de culturas originales de por ejemplo países como África, Inglaterra, México, Rusia, Polonia, España, China, Corea, India, Japón, entre otros (digamos todos), la violencia se muestra subrepticiamente manejada y sostenida por el hombre.
La violencia contra la mujer se esconde en preceptos religiosos, en tradiciones y en formas de gobierno cuyas Constituciones siguen anquilosadas y sin cambios con respecto a los derechos humanos de las mujeres y de los niños.
Nunca es tarde para apoyar a personas e instituciones cuya misión sea la de elevar el nivel de vida de la familia y sin duda alguna de la pareja que procrea hijos. También hacer que la vida de los hombres y mujeres no padres de familia, sea digna.
Nada es poco para apoyar iniciativas para que esto se logre. Mucho se hace con, al menos, vestir de “morado” o de “naranja” (como se hace en algunos países hispanoamericanos) para concienciar a las personas. Así que poniendo moños en los postes, en los coches, en las bolsas de mano, es una manera de participar.
En fotos de redes digitales de comunicación aparecieron chicas vestidas de moradito, cenando, comiendo, mostrando sus pestañas postizas, sus mejores galas. No importa que se juzgara de superficial y vana su apariencia y que ellas ni siquiera hablaran del tema, pero “algo es algo, dijo el calvo cuando un pelo le salió”.
Una manera de mostrar su apoyo por demás bien recibida. Ya era tiempo.
Varios fueron quizás solo para lucir los vestidos de un color violeta espectacular, pero no importa. La idea es concienciar a la comunidad sobre este mal que continúa a pesar de tanta información que ha surgido para solucionarlo.
Saludos.
Vemos a miembros de Sarah’s Inn, organización fundada en 1981 por un grupo de mujeres de River Forest y Oak Park Illinois, preocupadas por la falta de servicios y ayuda a las víctimas de violencia en las familias.