Don Raúl Muñoz llegaba montado sobre su caballo a los desfiles patrióticos en La Villita. / Foto: laopinion.com
Don Raúl Muñoz llegaba montado sobre su caballo a los desfiles patrióticos en La Villita. / Foto: laopinion.com
Quienes Tienen mi Edad lo Recordarán con Admiración, Otros con Cariño
Lo recuerdo en una mesita platicando con mi “jefa", y sintiéndome bienvenida a la primera semana de haber arribado a Chicago Illinois con la idea de regresar a Monterrey luego de ocho meses de estudios del inglés que tanto necesitaba cuando fui reportera y asistente de producción para Televisa en esa Ciudad.
Aquí recordando a Don Raúl Muñoz (qpd) en su negocio.
Me refiero al señorón, un mexicanazo de primera: Don Raúl Muñoz, quien en su negocio de taquerías en el mero corazón de La Villita (barrio mexicano y mucho antes, europeo, con residentes yugoslavos, alemanes, y alguno que otro ruso) le dio sus primeras oleadas de lo nuestro.
Pues sí, sin timidez yo como siempre, iniciaba platicas y comentarios. El primero de ellos fue decirle a Don Raúl que sus tacos tenían la mejor carne de res que yo había probado. Y sin saberlo, me dijo: “Ni se ha de imaginar. Se la compro a un Señor llamado José Galindo de un pueblito de Coahuila que se llama Zaragoza”.
Ay Dios y que me voy para atrás. Óigame no… no me diga, si de ahí soy yo y Don Pepe Galindo es compadre de mi papa… Aún vive y monta a caballo a sus ya pasados los 90 años de edad.
No pues, caí “redondita" porque fue entonces un mar de atenciones para mí. Siempre fui suertuda para que me trataran bien. Eso sí no lo puedo negar.
Ahora, muchos años después de fallecido, recuerdo a Don Raúl porque se me atraviesa uno de sus restaurantes en un suburbio aledaño a Chicago. Seguramente me acordé de los Tacos Atotonilco (carne de res, crema, aguacate… con esos tres ingredientes se colmaban tacos dobles, o sea, de un sopetón se engulle una cuatro tortillas).
Anuncios clásicos y ya de colección.
De esta estufita se expenden miles de tacos al mes.
Pero a Don Raúl lo admiramos por haberse hecho de una caballeriza con sus preciosos ejemplares y lucirlos en los Desfiles Patrios Mexicanos con la presencia del Alcalde y un montonal de políticos y empresarios que le aplaudían a rabiar por ese esfuerzo de traer nuestras raíces a esta Ciudad de los Vientos, de las nieves, del jazz.
Don Raúl aparte tenía la prestancia de un “charro de película"; sí, la de esas que conformaron nuestro Cine de Oro.
Entonces, ahora, en un restaurante medio moderno, lo recuerdo con nostalgia y con un agradecimiento eterno por su amor a nuestro país: México… ese que nos vio nacer a millones que habitamos ahora en Estados Unidos.
Para bien y para mal.
Desde aquí, en Illinois, le mando a Don Raúl un abrazo cariñoso dondequiera que Dios lo tenga por ahí del otro lado de este planeta y habitando quizá mundos superiores.